Cuentos SUELTOS

GORDO

 

Ya venía con ganas de dejar el frigorífico, me dije en un momento que en un mes me iba, estaba contando los días y tachando los números en el calendario de la sala que tiene el anafe y la heladera para uso común. Un viernes, si era viernes porque después íbamos a ir al cine con Laura. Ese viernes que arrancó nublado, encapotado, ese día Omar perdió su dedo gordo. Yo salía de la cámara frigorífica y Omar estaba en la mesa de corte separando una media res. El dedo sufrió un golpe de la sierra sin fin y la sangre salpicó el piso. Esperaba un chorro de sangre más espectacular, algo así como de película yanqui pero no, por ahí por el frío que traspasa los guantes, por ahí por la falta de sangre en Omar, salió un pequeño chorro y luego una gotera que salpicó en el piso y fue a para a mis botas y unas chiquitas al pantalón blanco de espermatozoide, ese traje que te hacen usar cuando sos nuevo y que el supervisor me hacia poner aún después de pagar el derecho de piso. Ya quería dejarlo colgado en eterno reposo en el vestuario.

En lo primero en que pensé es en buscar el pedazo de dedo, estaba debajo de una mesa, lo tomé con un poco de asco y de terror, lo lave y lo envolví en una hoja del diario “El Día” del domingo. Después fui hasta la oficina del supervisor, estaba jugando al solitario, creo que tiene una incapacidad para buscar juegos de computadora más divertidos. Le dije que no aguantaba más, que lo del dedo de Omar era la gota que rebalsó el vaso. Se me vino a la cabeza la imagen del dedo entrando en un vaso de vidrio lleno de agua que rebalsa y cae al piso mezclado con la sangre. El supervisor, Daniel Viera, me dijo que no me haga ningún problema, que lo de Omar lo iba a arreglar con Omar y que si no me gustaba el trabajo tenía que mandar un telegrama de renuncia y en un mes podría dejar de ir. Me quedé unos segundos mirándolo hasta que sus ojos interceptaron los míos. ¿Algo más Gutiérrez? Nunca entendí a este tipo, no entiendo porque nos llama por nuestro apellido ni porque se la pasa jugando al solitario y cuando pasamos frente a su ventana lo cierra rápidamente. Tenía ganas de preguntarle si era feliz, siendo así, tan mala leche. No Viera, no me espere el lunes, yo acá no vengo más, le dejo el dedo de Omar. Le deje el paquetito con el dedo adentro y me fui. Después me arrepentí de dejárselo pero en esos momentos te gana la emoción. Esa noche fuimos al cine con Laura a ver una película nacional con Darin hijo y Dolores Fonzi, comimos en un restaurante peruano y nos acostamos. No le quise contar lo que había pasado en la fábrica ni que estaba sin trabajo, no tenía ganas de nada, me quedé mirando al techo y ella abrazándome. Soñé que iba a trabajar a un edificio con la forma de un dedo gigante. Adentro era como una cámara frigorífica pero con mucho humo, como de una máquina de humo de esas que se usan en los cumpleaños de quince. Las luces se parecían a las de un boliche de esos que están sobre camino Centenario todo tops. Hacía mucho frío. Una máquina agarrada del techo daba vueltas y lanzaba burbujas desde una manguera. Laura bailaba con sus amigas. Nos miramos, las amigas vieron que nos mirábamos y despejaron el camino. Caminaba hacia ella cuando Laura empezó a hacer un streaptease. Al exhalar se le veía un humo blanco por el frío. Se abrió la blusa roja y la tiro, empezó a desprenderse los botones de una camisa negra hasta que se la desprendió de un saque. Abajo tenía un corpiño de lencería, negro, entramado, en filigrana la carne rozada. Se dio vuelta y llevó su cadera hacía atrás, desprendió el pantalón y se lo bajó doblando su cintura dejando ver una tanga negra. Se desprendió el corpiño de espaldas y al darse vuelta arriba de las tetas tenía cartas de poker, una flecha de mouse de computadora iba poniendo cartas de solitario y tapando su cuerpo, estaba dentro de un juego, como en Tron. La flecha se convirtió en el dedo de Omar, largaba gotas de sangre y comenzó a perseguirme por el boliche hasta arrinconarme en una esquina con una mesita cerca de un par de pibes que tomaban un frizze. El dedo se paró encima de mi cabeza, lo vi desde abajo y una gota cayó sobre mi frente, entonces me desperté.

Llovía, mucho. El techo tenía una gotera justo encima de mi cara y una segunda gota cayó también en mi frente. Salí de la cama y la empujé hacia el otro lado. Laura se despertó sobresaltada, fui a buscar un balde y lo puse bajo la gotera. Ella se cubrió la cabeza con la frazada y se acostó mirando para el otro lado. Me dormí escuchando el ruido de las gotas cayendo en el balde, llenándolo. Todo el sábado estuve deprimido. Fui al ensayo. En el quinto tema corté una de las cuerdas del bajo, salió disparada y casi me sacó el dedo. Mientras volvía con la bici pensé en Omar. Llegue a casa y lo llamé. No tengo teléfono de línea pero espere a estar en casa para hablarle. Le pregunté si tenía su dedo. Me dijo que la última vez que lo había visto fue en el frigorífico antes del corte. En el hospital le inyectaron antibióticos y le preguntaron donde había quedado, le dijeron que podrían pegarlo nuevamente pero sólo si no pasaba mucho tiempo. Él preguntó si podrían recuperarlo si se mantenía congelado hasta el momento de la cirugía, le dijeron que sí. Me preguntó si sabía donde había quedado. Ahí pensé en que no había sido buena idea dejárselo a Viera pero creo que cuando uno esta enojado reacciona de esa manera, sin pensar. Le dije que estaba en la oficina de Viera. Pero que chambón, me dijo. Él prefería esas frases que eran tipo piola pero de principio de los 80 o de Carlitos Balá, como un kilo y dos pancitos o la mar en coche. Sabes que sin ese dedo se me complica mucho agarrar cosas. Si claro, le dije, comprendo la necesidad de un dedo gordo. ¿O no? Pensé, pensé en el dedo, pensé en las cosas que hacemos con el dedo gordo. Omar no iba a volver a agarra una cerveza con su mano derecha. Mientras pensaba esto hacía el gesto con la mano. Para Omar sería muy complejo tocar el bajo como había hecho yo hace un rato, o simplemente masturbarse. Eso no era digno, no puede ser digno estar incapacitado de utilizar un dedo fundamental para el placer. Seguro iba a encontrar otras maneras pero igual había que hacer el esfuerzo. Omar, vamos para el frigorífico, pasame a buscar que estoy en casa y vamos por el dedo. Cayó a los 15 minutos, se ve que el tema lo tenía preocupado. Me dijo que si conseguíamos el dedo quizás podrían coserlo inmediatamente, el tema era el tiempo de descomposición. Él tenía la esperanza de que estuviera en la cámara frigorífica. Por ahí Viera lo habría metido ahí en una ráfaga de bondad y brillantez. Llegamos al frigorífico, pero no teníamos llave, nos sentimos medio boludos y perdidos. Intentamos abrir la puerta y comenzó a sonar una alarma, no muy alto pero lo suficientemente aguda como para ser muy molesta. A todo esto ya eran como las diez. Yo estaba cebado, le dije a Omar que esta era la única oportunidad de recuperar su dedo, era ahora o nunca. Me miró y le empezó a dar patadas a la cerradura. Paren, paren, ahí voy, se escuchó desde adentro. Era la voz de Viera. Nos miramos. Omar tenía una tez medio oscura o aceitunada, un bigote grande, poco pelo y algunas pecas más claras como si fuera descendiente de moros o algo así. Tenía la cara redonda. Su expresión era de sorpresa. Supongo que se preguntaría ¿Que hace este acá? Yo en cambio pensaba en si Omar era moro y en el odio que le tenía a Viera. Preguntó que quien estaba ahí afuera, le dijimos que Omar y Gutiérrez. ¿Que hacen ahí manga de forros? Abrí Viera que es una urgencia. No pueden pasar a esta hora. Abrí que vinimos a buscar el dedo de Omar, le dije ya a punto de perder la paciencia. La alarma dejó de sonar cuando dije la palabra dedo. Lo tiré a la basura, dijo riéndose. ¿Para qué? Ahí nomas se le transformó la cara a Omar, se volvió loco y le dio una patada tan fuerte a la puerta que se desoldó una de las bisagras. Pará, pará que les abro. Nos abrió. Entramos. Omar lo carajeó. ¿Dónde está el dedo?. No se Omar, en la bolsa de basura en la oficina, pero no pueden pasar. Fuimos para la oficina. Salí caminando rápido, como en una misión, pero antes aproveche que lo vi intimidado y le escupí la cara. Estábamos por llegar y nos gritó que no le dijéramos nada al jefe. Llegamos a la oficina y vimos por la ventana. Adentro había una trans. Sentada, quieta, con cara de circunstancia. Entramos. Omar dijo buenas noches y fue directo al tacho, se puso a revisarlo. La escena debe haber sido extraña. Omar encontró el dedo, lo agarró y lo alzó como un trofeo, la chica gritó agarrándose el pecho. Yo le dije que no se preocupe, que era de él y que lo habíamos venido a recuperar. Me miró extrañada pero con humanidad, entendiendo. Le ofrecí un abrazo al que luego se sumó Omar. Viera se asomó por la puerta. Era muy tarde para encontrar un cirujano y lo mejor sería llevarlo a la cámara de frío. Fuimos corriendo a la cámara, entramos y pusimos el dedo muy cerca de una de las salidas de aire frío. Salimos de la cámara y Viera estaba cerca de la puerta con la cara avergonzada. No le digan al jefe, hagamos algo, pueden llegar tarde todo el mes, pero no le digan. La trans lo miró enojada. Sentí lástima. Nos fuimos con Omar y la chica al bar que queda en frente de la estación. El dedo estaba protegido de la descomposición y pensamos que era un buen momento para festejar tomando unas cervezas. Les dije que estaba preocupado porque había dejado el trabajo. Omar me dijo que su cuñado estaba colocando aires acondicionados y le estaba yendo muy bien, que me podía recomendar. Patricia, o Pato para conocidos, me dijo que ella conocía a un par de chicos de una construcción, que les iba a consultar si buscaban gente. También nos dijo que es increíble lo cagones que son los hombres, no se animan a vivir una pasión en serio. Omar nos dijo que estaba preocupado por el dedo pero que el lunes mismo iba a ir a pegárselo. Cuando ya no teníamos de que hablar y nos estábamos aburriendo nos despedimos con un abrazo. Yo pensaba en las cosas que seguimos sintiendo aunque ya no estén.

 

 


Yo me olvido los caminos

 

 

Todavía estaba en el ejercito, preparaba a los caballos en Ramallo. Me encargaba de amansarlos y tenerlos listos para que salgan a marchar. Para Abril me dieron dos semanas de franco y volví para la casa de la vieja. Me tomé el tren y cuando llegué me reencontré con el Cogote, un purasangre con el que teníamos una relación desde la juventud. Lindo verlo de nuevo y recordar viejos trotes. Bueno, cuestión que a los días de disfrutar del descanso y la siesta larga la vieja me dijo que la tía me encargó un trabajo. Tenía que ir para allá agarrando ese camino, ve allá que sale el arroyo, bueno ahí detrás sale el camino. Tía Hermenegilda vivía en un pueblo chiquito, ahora no debe de quedar nadie, dos o tres familias nomas. La gente se fue cuando dejó de pasar el tren. Y acá sigue pasando, el de carga, uno por día, a veces para, a veces no. Y a la noche hay que hacerle luz con una linterna sino pasa de largo. Y bueno en que andaba, ah sí, eche montura y arranqué pa’ aquel lado y a las dos horas de trote más o menos se abre un camino a derecha, ningún cartel, nada. Y doblo nomas a la derecha y anduve por ahí un rato largo, un ratazo, pasé por un pueblo, pregunté por la casa de Hermenegilda y nada. Pucha che, y era chiquito ahí, 20 familias, la tenían que conocer. Le pregunté si sabía el camino al pueblo ¿Cómo era el nombre del pueblo de la tía? Cardenal algo, no me acuerdo el nombre ahora. Me dijo que faltaba, me dio indicaciones y seguí viaje. No va que después de andar nos cruzamos con una jauría. Malos malos los perros esos, más lobo que perro. Lo agarraron al Cogote de un tobillo, se tambaleo y salto, casi me tira. Le pegue una espoleada que salió a tiro y los perros atrás nos corrieron no se, que se yo, como dos kilómetros, después se ve que se cansaron. Yo ya estaba encabronado con tanto susto. Al bajar del sol llegue a pueblo y ahí si que era, enseguida me dieron con la casa de la tía. Me tenía no uno, como 15 trabajitos para hacer. Lo que sí cocinaba como los dioses. Ahí andaba de día de aquí para allá, trabajando en la casa de la tía y de noche arrastrandolé el ala a una mocita que vivía a dos cuadras. Cuando la cruzaba en la esquina, que se ponía a charlar la madre con otra señora, les hacía la reverencia a las tres. A los días nomas cuando ya me aprestaba al correteo firme la tía dice Ya está Julito, me juntas los cascotes del fondo, los sacas a la calle y listo, te libero. Terminé con los cascotes, me dio un puñadito de plata, le dije No tía. Guardalo Julito. Y bueno me lo metí en el bolsillo, encabalgue y salí. Y ahí esta el tema, tema de mi vida, que yo llegar llego a los lugares, el problema es volver. Yo me olvido de los caminos. Y no se si de que estoy como embobado en el paisaje o que, pero siempre se me borra el camino de vuelta. Y anduve un tiempo mirando y no lo encontré al otro pueblito, al que crucé en la ida. Se me hizo la noche y me tiré en el pasto, me puse el poncho encima y me dormí mirando las estrellas. Que espectáculo. Que televisión, que celular, que computadoras ni ocho cuartos. A mi siempre me gustó mirar el cielo, se me ocurre que parece siempre igual y no, al contrario, es siempre distinto. Como el arroyo de acá pasando la estación. Uno lo ve y piensa que corre siempre igual y no, si uno se acerca y lo observa, que observar no es lo mismo que ver, se ven unos remolinos que se prenden y se apagan como las luces del árbol de navidad, que hermosura. ¿En que andaba? A sí, y bueno ahí mirando el cielo me quedé dormido y no me acuerdo que soñé si con pájaros que andaban por la noche o que. Al otro día me amanecí con el primer sol, me apresté, le metí cabalgata y para la tardecita ya estaba en otro pueblo. Raro el pueblito vio porque estaba desolado. Entré por una calle de álamos jóvenes, anduve de acá para allá, fui para la plaza, nadie, ni el loro. Y había casas, la municipalidad, la iglesia, todo, parecía que vivía gente, pero la pucha que no encontré a nadie por ningún lado, ni un caballo con montura, nada. Y por ahí paso por el cementerio que estaba ya saliendo, y a mí siempre se me da por pasar por los cementerios porque acá en Curamalal no tenemos vio. Si para morirse uno se tiene que ir a Suarez y ahí uno se puede morir en paz. El cementerio modestito, sencillito, no como el de Saldungaray que tiene esa cruz imponente y te dan ganas de morirte ya mismo para ir ahí. No, este era así con paredes bajas y pintado de cal. Me acerco y escucho murmullos. Que raro. Ya asomando a la puerta miro para adentro y estaba lleno, lleno de gente, parecía la fiesta de la tradición. Y ahí me pareció raro, no era el 2 de Noviembre tampoco si recién estaba la primavera, los días locos, que un día está frio y al otro día un solazo que revientan las flores. Y ahí deje al Cogote en el palenque, entré, le pregunté a uno con cara puntiaguda, que me había perdido, que en que pueblo estaba. Ni se sacó el sombrero, me miró a los ojos penetrante y sin abrir la boca me señaló para el fondo. Se me abrieron los ojos como un dos de oro. Y ahí si que me hubiera gustado tener la pantallita de los autos, el GPS, que para mi no sirve para nada, no conoces nada, pero en ese momento ya me hubiera gustado salir rajando a tranco certero. Ya estaba engualichado vio. Es como cuando le advierten a uno, le dicen guarda, y ya sabe que está por pisar el charco y embarrarse todo, ya se mandó y se mete con más forcejeo, se resigna. Otro día tendré la buena. Enfilo para el fondo, en medio la gente de a familias dejando las flores en los floreros, algunos hablándole a la tumba, otros contándole chistes. Llego a la pared y a la vuelta así a la derecha una mujer sentada con una mesa tiraba las cartas de Tarot. Me mira. Siéntese, lo estaba esperando, dice. Por dios que julepe me pegué, si se me desajusta el estómago de solo acordarme. Y no era la señora lo que me espantó sino la situación. Ahí se me hizo la idea de que estaba en otro mundo. Y bueno me senté. Corte, me dijo. Corté. De tres piques. Piqué tres veces y ahí arrancó a tirar. Ya ni me acuerdo las cartas. Una era el loco, otra no me acuerdo que de la fortuna. Ahí me dijo lo de los caminos. Que había un camino que se abría en dos y yo tenía que elegir cual transitar. Uno de los caminos me llevaba al lugar conocido, el otro no. Tenía que tomar una decisión y usar la intuición. Y ahí caí redondo porque yo con los caminos me pierdo como turco en la neblina. Ahora tenía dos caminos con dos lugares donde ir, que despelote. Después me tiró un par de cartas más, me dijo que me cuide del amor y en ese momento que amor ni que ocho cuartos si me había pasado dos años en la colimba y todavía ni la conocía a la Nélida. De la salud me dijo que me cuide del alcohol y de los ojos, que lleve una cintita roja en la muñeca por el ojeado. ¿Y el dinero? Le pregunté. Son 500 pesos, me dijo. Me quedé con la boca abierta, metí la mano en el bolsillo y vi de reojo cuanto tenía, 500 pesos justo me había dado la tía. Miré para atrás para ver si podía salir rajando pero había un grandote cortando el paso. La bruja me miró profundo y extendió la mano. La pucha que caro me salió. Por lo menos dígame como volver. Hoy no va a poder llegar, es para el lado aquel ve, donde está la tormenta. Que temporal se veía la verdad, nublado y negro el horizonte. Esas nubes que se van subiendo una arriba de la otra. ¿Y no sabe donde me puedo quedar esta noche? Vaya a preguntar a la pulpería, ahí le van a saber decir. Pero no hay nadie en el pueblo. Me miró penetrante de nuevo. Vaya para allá dos cuadras y una a la derecha, en la esquina la va a ver. Ya se estaba haciendo de noche y yo no sabía si irme o quedarme. Ya me estaba dando miedo pasar la noche. Me hice las cuadritas, me mandé para la esquina, abrí la puerta. Era una pulpería como todas. Me senté en la barra. El pulpero me preguntó que iba a tomar. Aguardiente, le dije. Antes de terminar de decírselo meto la mano en el bolsillo para ver si me había quedado algún vuelto de los mandados que le hacía a la tía. Nada. El gaucho ve la seña y me dice No señor no se preocupe, usted pida nomas que después cuando termine la noche le cobro. Y así anduve escuchando conversaciones ajenas, tomando aguardiente, pensando que iba a hacer cuando termine de tomar y mirando el nombre de los licores de la estantería. Así se me fue yendo la noche hasta que empiezan a caer músicos con una muchedumbre de gente. De un momento a otro se armó la peña. Chacareras dobles, gatos, escondidos. Ya iba por la tercer copa, el cuerpo se iba calentado. Entonces abre la puerta una moza que entra y raja la tierra con su paso. Me quedé helado de frutilla. La saco a bailar una chacarera pensé, y no llegue, la sacaron a bailar en seguida. Así estuvo muy animada bailando de mano en mano y yo la pispeaba de lejos y cada vez la veía más ojerosa y oscura, pero no le puedo explicar la atracción que sentía. Yo ya andaba por la cuarta copa, la quinta. No podía dejar de mirarla y en eso termina una chacarera, se da vuelta, me mira, se me acerca, me tiende la mano. Yo chocho de la vida me sonreí como un gurí en pelotero. Bailamos una chacarera, dos chacareras, tres chacareras. Era una máquina ese grupo. Ella me zarandeaba profundo y yo chispeaba el piso en el zapateo. En lo más lindo, con la coronación, quedaron juntas nuestras caras, vi sus ojos y me asusté un poco, eran viejos, sin fondo, como esos espejos herrumbrados de los armarios. Los pómulos iban haciéndose cada vez mas finos. No va que empezó a sonar una zamba. Las parejas se aprestaron. Mire para todos lados como si me estuviera ahogando en el medio del mar. Ella metió la mano debajo del escote y sacó un pañuelo verde. El pulpero me tiró un pañuelo blanco que atajé a mis pies. Entonces una voz de ultratumba empezó a cantar. Caminamos con el pañuelo arriba, ella se lo llevó al corazón y me miró. La carne se estaba desvaneciendo, los cachetes adelgazaron, los labios también. Para que andar con rodeos, era la huesuda, la mismisima. Y ahí ya no me extrañaba nada. Y ya como estaba la cosa a lo mejor si me decía de ir con ella también le decía que si, más que nada para no despreciar que eso si que es feo. Entonces me fui a sus pies y le tiré el pañuelo a su disposición. Se me subió una mezcla de miedo y por que no decirlo un calor también. Fue llegando el final de la zamba. Entonces nos enredamos en los pañuelos. Su cabeza se acercó a la mía. Cada vez más cerca. Me dejé llevar por la ensoñación y para el acorde final nos juntamos en un beso enredado en los pañuelos. En ese momento no había nadie más, ni siguiera ella estaba, me desmoroné y me fui directo al piso. Me sentía aturdido como si estuviera totalmente borracho. Me desperté en el piso con el sol entrando por una rendija, no me acordaba más nada de la noche anterior. El lugar estaba desierto, pero no solo sin gente sino como abandonado. Había polvo y telarañas. Ahí me acordé de lo que me había dicho la bruja sobre el amor. Salí para afuera, desaté al cogote y salimos disparando del pueblo. Agarramos por el camino que me había dicho la brujilda. Después derecha izquierda derecha, zigzageando. Eso me decía mi tío, Julito vos siempre que estés perdido dobla izquierda y derecha, izquierda y derecha, así siempre se llega a un lugar distinto sino uno da vueltas. Y así llegue a Suarez. Cansado y con hambre le fíe un sanguche de bondiola al ramos generales que está en la principal. Y ahí ya estaba cerca, llegué a casa para la siesta. Preocupada estaba la vieja. Pensé que no volvías Julito, me dijo. No sabe vieja, me perdí y casi que me quedo en el otro mundo. Ya sabe usted, me conoce como mi propia madre, yo ir le voy, el tema es volver.